miércoles, 3 de septiembre de 2014

El oficio de fumar, el vicio de escribir


Volver, con la frente marchita, las luces del tiempo brillaron en mi sien
Sentir, que es un soplo de vida, que dos años no es nada, que feliz mi mirada ya no busca, ya no nombra.
Vivir, con el alma aferrada a  un dulce recuerdo que lloro otra vez...
 [...]

Hoy he vuelto a mí.
Hoy he sentido, saboreado, degustado la necesidad que tenía de mí.
Me he saboreado, degustado, bebido, sentido.
Hoy era el lugar.
En mi cama el día.
Tirada, sola frente a mí misma, en paz, nada me turba, nada me espanta.
Boca abajo, como siempre.
Las piernas abiertas y el corazón exhalando el último adiós.
Quizá nada haya cambiado.
Quizá todo ha cambiado, no sé.
Quizá la vida es bella, quizá.
Cama de 90 para dos no está mal.
Cama de 90 para mí está de lujo.
Y a mis pies un montón de recuerdos, recuerdos con forma de corazón, de oso, de perro... recuerdos suaves, blanditos, mullidos, perfectos para apoyarse, para llorar a su lado en las noches de mis inviernos y dormir con ellos cuando duermo con pijama largo. 
El invierno es más un estado de ánimo que una estación. 
Ya ha llegado la primavera a mi vida.
No para andar de flor en flor.
Para irradiar la luz que al sol le hacía falta.
Para absorber la energía que me hacía falta.
Para donar las ganas que os hacen falta.
Una uña pintada de azul de un pie acomplejado está rozando el borde de la cama.
El pie contrario no le tiene celos, está igual. 
Con las piernas, los brazos y el corazón como las ventanas de la habitación estos días sofocantes del verano que se está acabando. Del de los veinte, no vengas, no vengas. Del mejor.
Los pies, inconscientes, juguetean con las sábanas. Si es que, yo no soy titiritera de sombras y domadora de polillas, sino trapecista de pies. 
Siempre lo había sído y por unos instantes me había liado. Instantes que puede que se convirtieran en dos años y medio, pero que han pasado en un momento, con más precisión porque es menos preciso.
Los ojos, inconscientes, brillan en una oscuridad intensa, sumidos en un silencio bullicioso.
El corazón y el estómago dan un vuelco, vuelven a sí. Tienen hambre.
Ya no hay mariposas en el corazón, ni serpientes venenosas en el estómago.
Solo mis piernas abiertas, estiradas pero no tensas.
Solo mis pies tocando los extremos de la cama.
Solo mi vida siendo mía, recuperándose.
Solo un peluche escondido detrás de un corazón grande y rojo, oxigenado, bombeando e irradiando la felicidad que tenía escondida, en la esquina izquierda, a los pies.
Solo eso.
Solo una herida que ya desinfectada. Y que es verdad que el agua oxigenada es de cobardes.
El alcohol hizo su efecto. El alcohol ha desinfectado este corazón podrido de latir.
Bancos sin nombres, locales quebrados, calles perdidas, "por tan poca cosa...", cantautores, pelo corto y flequillo.

¿Quién es? Ya, por fín soy yo.

<<Que hacer sufrir es la única manera de equivocarse.>> A. Camus

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