sábado, 28 de junio de 2014

Como los yogures

pero con una caducidad un poco más parecida a la de una lata de atún en aceite de oliva, de dos años y no de dos meses. 
Así son las promesas, caducas, como los árboles que no son perennes, que son caducos, porque sus hojas se caen en otoño, "saneándose" para que en primavera se les vea mucho más fuertes, más bonitos, más verdes si ha llovido...
Las promesas, a partir de ayer, las hemos declarado perecederas, con una caducidad de dos años. Es un tiempo adecuado, el perfecto para que se te olvide si no era importante o para que se le olvide a la otra persona si sí que era fundamental.
Porque en dos años pasan demasiadas cosas, se viven demasiadas cosas, se prometen demasiadas cosas, se mienten demasiadas cosas, se engaña, se sufre, se llora, se discute, se deja, se abandona, se ríe, se besa, se grita, se bebe, se come, se suda, se hablan demasiadas cosas.
Porque de dos años a dos años (y tiro porque me toca) se crece, se madura y se re piensan las cosas, se piensan las cosas dos veces.
Porque la euforia de un momento, la excitación, el éxtasis, la sensación de felicidad te hacen decir cosas que, contempladas desde fuera, desde la perspectiva, desde la objetividad que te da ser el narrador omnisciente (que lo sabe todo) de la situación en cuestión, se ven absurdas o imposibles.

Así que yo, desde aquí, hago una reivindicación, lucho por los derechos de todos los prometedores contra los que arremeten los prometidos reclamando lo que piensan que es suyo. Reclamando el cumplimiento de una oración afirmativa futura, y no condicional, que se dijo en un momento determinado y en unas circunstancias determinadas. 
El prometedor creía firmemente en su capacidad de cumplir lo verbalizado/escrito/guasapeado. Era lo que deseaba, era, de hecho, lo que pretendía hacer. Pero es que claro en momentos de emoción cualquiera dice cualquier cosa. 
¿Cómo pretender que después de haber visto Madrid de noche iluminado, desde una azotea cualquiera, contemplando la eternidad del universo (las estrellas), la inmensidad de la vida, sintiendo esa brisa veraniega que te provoca un escalofrío para templarte el cuerpo tras esa tarde calurosa, besando al que en breve será engañado prometido con el mismo corazón acelerado que hace año y medio, sin más preocupación que el separarse porque lo que quieres es estar ahí con él, se piense friamente? No se puede.


<<Puede que fuéramos demasiado jóvenes, no sé,
o fue culpa de esa sensación absurda de que si encuentras
a la mujer de tu vida con veinte años lo mejor es huir.>>

                                                    David Trueba





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