lunes, 28 de julio de 2014

Y es que ya no quiero echar cemento a mis errores sino al miedo

Si hay algo de lo que no estoy orgullosa es de ciertas decisiones que se toman en determinados momentos.
Si hay algo que, por suerte o por desgracia es inevitable, es la libertad intrínseca que todos tenemos.

A mí me encantaría que unas cuantas personas hicieran lo que yo le dicjera porque, objetivamente, es lo mejor que pueden hacer. Olvidarse, pasar, no hablar, hablar, olvidar, insistir, quedar, querer u odiar.

Y me encantaría cogerles uno a uno y decirles: "tú, no seas idiota, por una tía no puedes dejar de lado a tus amigos", o "tú, pasa página, deja de hablar con tu ex que solo te consume" o qué sé yo, a cada uno le diría una cosa, cada uno haciendo lo objetivamente correcto, lo bueno.

Pero, claro, ¿dónde estaría la gracia de todo esto? La vida sería como un eterno vaso de leche; la vida sería como un biberón calentito y a la cama. Y en verdad es más bien como una sangría: puedes pasarte de rosca, puedes coger el puntillo y/o puede no subirsete nada.

Claro, también depende de con quién te juntes, de la emoción que quieras darle y del momento que atravieses, porque, como somos libres, los demás hacen cosas que repercuten en nosotros. 

Podemos encontrarnos en momentos tan graciosos de nuestras vidas en que no seamos capaces de abrir los ojos y mirar lo nuevo, en que no seamos capaces de cerrar un libro que estuvo genial leerse, en que no seamos capaces de no estancarnos. Es una especie de metamorfosis kafkiana. Es tener el coraje de cerrarlo y empezar otro, sí, una vez asimilado el anterior, no se vayan a entremezclar historias, pero terminar por cerrarlo. Y solo una vez cerrado del todo, una vez saboreado, degustado y digerido, una vez empezado otro libro que nos entusiasme de la misma manera, podríamos ser capaces de releer ciertas páginas del anterior sin sentir esa nostalgia, tristeza y necesidad del primero de todos.

Y sí, es verdad que dejaré de pensar en Rayuela, se me irán borrando frases suyas, iré dejando de encontrar la similitud de la Maga con cualquiera y de Horacio con cualquiera y mía con cualquiera de los dos. Y dejaré de pensar "en cualquier hotel, en cualquier almohada", y dejaré de definirme "domadora de polillas, titiritera de sombras", aunque siempre lo seré. Siempre, ese libro, será mi libro. Rayuela siempre será top. Pero ya lo he terminado, lo he cerrado. Aun estoy acabando de digerirlo, cierto, pero ya saboreo otras cosas, ya abro los ojos, he leído otros libros, son todos una basura comparado con EL libro, pero he sido capaz de coger otra portada, otro volumen, otra historia.

Ahora estoy con Cien años de soledad. No es Rayuela. Ni Gabo es Cortázar. No es EL libro.  No es el que siempre será para mí, pero, oye, no está mal. Me entretiene.

Tener amigos, abrir los ojos. Tener familia. No creerse única e inimitable. No pensarse tan excepcional. No imaginar que mis sentimientos son únicos, ni siquiera, en mi autenticidad, naturalidad y genuinidad, la expresión de mis sentimientos, la demostración de que los tengo, es única e inigualable. Somos tantos en el mundo que tiene que haber alguien tan jodidamente raro como yo."Es más, uno no, tiene que haber, por lo menos seis hechos para mí".


<<Una palabra olvidada en la punta de una lengua olvidada.>> D. Doenkinos.

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